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¿Cómo era ser reina en la Europa de ayer, desde el Renacimiento al Siglo de las Luces? Celebraciones suntuosas, como las bodas de Viena en 1515, el intercambio famoso de las princesas en el Bidasoa en 1615 entre Ana de Austria e Isabel de Borbón, las fiestas de Amiens cuando Enriqueta de Francia fue a casarse con Carles I de Inglaterra… Festividades, trajes de gala, cacerías reales, óperas…Sin duda. Pero ser princesa también equivale a ser peón en el gran tablero de la política europea. Son moneda de cambio: propuestas, prometidas, negociadas, enviadas a tierras extrañas, arrebatadas apenas núbiles a su infancia para satisfacer las exigencias de las dinastías; son sometidas al acoso procreador de un marido que a menudo es un primo hermano o un tío para abastecer a la dinastía de hijos e hijas casaderos, con demasiada frecuencia sin éxito. La mitad de entre ellas muere antes de los 30 años. En suma, una triste sucesión de vidas trágicas, dónde la única posibilidad de libertad es enviudar. La viudedad es un segundo nacimiento, la oportunidad de mujeres sojuzgadas de alcanzar el poder. Es el momento en que demuestran su verdadero talento.