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«Poner la española en Lizarza» podría venir a sustituir con el tiempo la célebre expresión castiza «poner una pica en Flandes», si no fuera porque, de la mano de Regina Otaola y otros seis esforzados concejales del PP, izar en 2007 la enseña nacional en uno de los feudos más característicos de ETA resultó relativamente sencillo. Lizarza era antaño una apacible localidad del interior de Guipúzcoa, pero ETA se hizo con el dominio del ayuntamiento y de la vida pública hasta el punto de mantenerse en la fachada del ayuntamiento cuatro grandes retratos de etarras; un ayuntamiento donde no ondeaba ni la bandera española ni tampoco la de Lizarza, teniendo como única enseña la ikurriña. Cuando Regina Otaola llegó a la alcaldía convirtió el respeto a la legalidad en la norma, y la libertad en su aspiración. La nueva corporación de concejales del PP eliminó todos los vestigios de la coacción terrorista (pintadas, carteles de presos, anagramas en la documentación municipal, propaganda electoral ilegal) y gobernó con equidad y diligencia. La legislatura del gobierno popular encabezado por Regina se convirtió en un símbolo nacional de cómo se debe, moral y políticamente, reimplantar el Estado de Derecho en el País Vasco con la ley y el discurso racional como instrumentos fundamentales de la acción política democrática, encarnada en este caso por el gobierno decidido, tenaz y sereno de la alcaldesa de Lizarza, cuyo testimonio político y personal recoge este libro.