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PASTORAL IRAQUI, ALFAGUARA
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«Cuando te ves forzado a esperar la llegada de los acontecimientos que temes, y no está en tu mano desviar el curso de las cosas aciagas ni evitar, huyendo, que te den alcance, de nada sirve el coraje y de muy poco la resignación.» Seguir leyendo
«Cuando te ves forzado a esperar la llegada de los acontecimientos que temes, y no está en tu mano desviar el curso de las cosas aciagas ni evitar, huyendo, que te den alcance, de nada sirve el coraje y de muy poco la resignación.»
El destacamento español enviado a combatir a los insurgentes iraquíes debe enfrentarse a situaciones para las que no se ha entrenado lo suficiente. El coronel Alejandro de Merola padece una extraña enfermedad. El capellán castrense quiere enderezar el rumbo torcido que van tomando las cosas, pero se ve obligado a cuestionar aquello en lo que tanto había creído. Al médico del regimiento lo que en verdad le gusta es ocuparse de las tareas propias de un forense. Massoud, el civil iraquí contratado como traductor, posee una desbordante fantasía oriental y se presta a servir de intérprete, guía y confidente. Arnal el Rojo es el soldado indisciplinado y agresivo, dispuesto a esparcir malévolos rumores sobre la suerte que les espera.
Ante el estupor del coronel, la situación en la orilla oeste del río Tigris, lejos de mejorar, empeora: el alcalde de la ciudad puesta bajo su custodia se impacienta, los terroristas empiezan a hacer de las suyas y los mandos americanos no le tratan con el debido respeto.
Pastoral iraquí nos cuenta el destino de los hombres que juegan con fuego, acosados por viejos demonios familiares y perturbados por la cobardía, el engaño y el sórdido afán de vencer a un enemigo invisible. Es la fábula de un soldado desdichado al que nadie puede ayudar y el cínico retrato que un hombre ofendido hace de sí mismo.
Reseñas:
«Con una potente tensión dramática, Pastoral iraquí nos cuenta el destino conradiano de un extraordinario personaje.»
Rafael Argullol
«Una novela de enorme poderío, cuya atmósfera de delirio y sofoco ofrece momentos verdaderamente gilgamésicos. En un suspense magistral, cada personaje indaga sobre la trascendencia insólita de lo que es y lo que hace.»
Eduardo Gil Bera