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Juristas de reconocida competencia, ex-presidiarios, versos sueltos de partido, vitalistas peligrosos, altas autoridades del Estado, enfermos con las horas contadas, activistas sociales, niños prodigio, víctimas del lobby gay, ovejas perdidas (y recuperadas), amas de casa, hombres de ciencia y academia, rockeros de gira y furgoneta, escritores de best-sellers, modelos en apuros, ricas herederas, comentaristas deportivos, genios de la publicidad, artistas de circo, empresarios de éxito, compañeros del metal, relaciones públicas, apologetas de la fe, peritos en rimas, diplomáticos de carrera, gentes de paso... Todos ellos desfilan por No es bueno que Dios esté solo, libro compuesto por las entrevistas publicadas en la contraportada de Alba durante los años de plomo del zapaterato (de ahí que tengan un añadido valor testimonial). En ningún momento el autor trató de someter a los entrevistados a un tercer grado acerca de su santidad, en todo caso enmendar la plana a los ingleses, que dicen que hablar de Dios no es de buena educación.