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De forma insistente, abrumadoramente palpable, describe Josef Winkler en su novela corta la ciudad de Roma en su punto más vivo: los días laborables, el ajetreo del mercado de la Piazza Vittorio Emanuele; los domingos, la espera y la vagancia ante el Vaticano. Entre los que esperan se encuentran la vendedora de higos y su hijo, que normalmente trabaja para un pescadero de la Piazza Vittorio Emanuele. En el mercado aparece por todas partes, entre todos aquellos cuerpos humanos, animales muertos y despedazados, frutas tropicales y verduras, ese Piccoletto de largas pestañas. Cuando al mediodía, en medio de una lluvia que cae a torrentes a estilo monzón, va a buscar pizza para sus compañeros de puesto, Piccoletto es arrollado al cruzar la calle por un coche de bomberos y muere en el acto. En la capilla ardiente y el entierro que siguen se serena ese drama de una naturaleza muerta revivida.