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El poeta Leopoldo Panero falleció prematuramente en plena madurez creadora. Su figura es hoy en día más conocida por elementos extraliterarios que por su propia obra. El hecho de formar parte de una saga de escritores -su hermano Juan, su esposa Felicidad Blanc y sus hijos Juan, Leopoldo María y Michi- ha incrementado la leyenda en torno a su vida. Sin embargo, Jorge Guillén lo consideraba el mejor poeta posterior a la guerra civil; Carlos Bousoño valora su frescura poética, inédita desde los tiempos de Lope; Vicente Aleixandre, la voz del llamado exilio interior, dejó constancia en varios lugares de la sincera admiración que sintió por el poeta. Leopoldo Panero fue construyendo el edificio de su poesía, lenta, trabajosamente, huyendo de artificios y esnobismos, ni demasiado desprendido de la realidad, ni en exceso apegado a ella. La lectura de su poesía es un modo de adentrarse en un mundo que partiendo de la realidad elemental, del vivir cotidiano, supera los límites para ofrecernos una lección de indiscutible grandeza moral que encaja a la perfección en la espléndida tradición estoica de la poesía española: Aldana, Quevedo, Machado, Cernuda...