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«Hijo de puta» es el insulto más ofensivo de la lengua española. Es la forma de todos conocida para llamar a alguien malnacido, para denominar a aquel que atesora las peores intenciones. Sin embargo, hasta los hijos de puta tienen sentimientos. No siempre, ni todos ellos. Algunos hasta se pueden enamorar, y a veces incluso sufren. En realidad, el hijo de puta común no suele ser más que un egoísta con malicia, y que, en ocasiones, lo es no por inutilidad, si no por simple y mera estupidez. También existen los hijos de puta literales, los que, con independencia de su calidad humana, padecen el estigma de haber nacido de una prostituta. En principio no tienen que ver con los otros, los que lo son en su significado social Pero, cuando ambos sentidos coinciden, el individuo resultante puede llegar a ser un verdadero peligro. Esta novela trata de un ejemplar arquetípico. Uno que, en su afán de camuflarse para que nadie lo identifique como miembro de su misterioso grupo social, jamás toma partido, jamás se arriesga, jamás hace nada que no sirva para defender sus propios intereses. Aun así, cuando la vida lo acorrala, y le fuerza sin remedio a ponerse de manifiesto, su esencia de perfecto hijo de puta termina por salir a la luz.