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Jonathan Harker viaja a Transilvania para cerrar un negocio inmobiliario con un misterioso conde que acaba de comprar varias propiedades en Londres; al llegar, en el Paso de Borgo un siniestro carruaje lo recoge para llevarlo, acunado por el canto de los lobos, a un castillo en ruinas. Tal es el inquietante principio de una novela magistral que alumbró uno de los personajes más populares y poderosos de todos los tiempos, pues si hay un mito literario que haya cobrado vida propia, sin duda es el del conde Drácula, el arquetipo mismo del vampiro. Publicada en 1897, y recibida como perteneciente al género gótico, sus repercusiones han desbordado con creces el ámbito cerrado del género. Así, esta novela sorprende por su solidez y arquitectura: la ausencia del erudito narrador decimonónico, sustituido por el género epistolar, y la acumulación de materiales de primera mano confieren al relato una modernidad narrativa insólita en este tipo de obras, al mismo tiempo que la lenta progresión en el desvelamiento del misterio crea una atmósfera de suspense pocas veces igualada. Claramente, Bram Stoker (1847-1912) supo sintetizar en Drácula varias de las más profundas pulsiones del ser humano la vida, la muerte, la sexualidad en sus más diversas y ambiguas manifestaciones el bien y el mal, la luz y las tinieblas, la entrega no deseada pero irresistible, para alumbrar este relato fascinante que es ya un clásico indiscutible de la literatura de terror.