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Matilde era una niña que vivía con un sueño: hacer las mejores y más bellas pompas de jabón. Y a eso dedicó su vida. Las perfeccionaba , las estudiaba y las trataba con mimo, y de tan maravillosas y tan fuertes, grandes y poderosas que le salían, empezó a utilizarlas para proteger monumentos como las pirámides de Egipto, obras de arte que encontraba en los museos..., tanto se atrevió a confiar en el poder protector de sus pompas que hizo nada menos que tres para envolver a un niño harapiento que encontró en la calle: una para que no pasara ni frío ni calor, otra para que no le despertaran los coches y una tercera para que nadie pudiese hacerle daño. Y así se quedó de tranquila nuestra Matilde, orgullosa de haber dejado entre algodones a un pobre chico de la calle.