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No hay nada más evocador que un cuerpo filmado: los rasgos y la piel, pero también los gestos y movimientos. Y es uno de los privilegios del cine poder llevar a cabo esa misión como ningún otro arte pudo hacerlo antes. Porque a través de las películas vemos la labor del tiempo, su transcurso, su implacable trabajo de demolición. El cine contemporáneo se nos aparece ahora como el laboratorio ideal para la investigación sobre el cuerpo, sobre los contactos que establece con otros cuerpos, sobre sus enfrentamientos, sobre su soledad y su decadencia. Pero también sobre su situación en los nuevos paisajes postindustriales, sobre su relación con la tecnología, sobre las fusiones que se ve obligado a realizar para sobrevivir. No estamos hablando solamente, pues, de relaciones humanas, o de desplazamientos en el espacio, o de las distintas maneras de sonreír y de mover las manos. También hablamos de las nuevas carnes metálicas, de otros cuerpos que hasta ahora nos eran desconocidos, por distancia geográfica o limitaciones de la imaginación.