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A pesar del proverbial y reconocido fracaso de don Miguel de Unamuno en los intentos por estrenar sus obras y del nunca conseguido éxito de público y de crítica a lo largo de varias décadas, once obras originales, más la adaptación, por mano ajena, de una de sus novelas, una versión de Séneca y un sainete de juventud no pueden considerarse labor de menor importancia o aspecto incidental que distrae de otra tarea intelectual de más empeño. (...) Unamuno escribe teatro por una necesidad insoslayable que está inserta en lo más profundo de su conciencia. No es sólo que tiente un género literario más para tratar de aumentar su fama o para ayudar a su precaria economía doméstica, razones que no se descartan, sino que la expresión adecuada de su problema general (vital y filosófico) no se completa más que con la peculiar forma de escritura que es el drama.