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Lázaro de Tormes, con una ironía no exenta de amargura, justifica la narración de sus "fortunas y adversidades", "porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto". Andersen, hijo de un zapatero remendón y de una lavandera, escribe también su Autobiografía (que titula "El cuento de mi vida sin literatura") para mostrar a los advenedizos, aduladores y nacidos en noble cuna cuán poco se les debe. Y él, que en su "Viaje por España" recuerda una vez más que prefería llamar cisnes a los gansos, dibuja en el "cuento de su vida" el mismo caso del patito feo. De su padre recuerda que le hacía dibujos y teatro y le leía "Las mil y una noches". Su afición a la lectura y su capacidad para memorizar escenas lo llevó al teatro. No triunfó como actor ni como dramaturgo; tampoco como poeta. Pero cuando los "Cuentos" lo convirtieron en cisne, pudo decir de su vida que fue "un cuento hermoso, rico y feliz". No hay cuento más maravilloso que la vida, concluía al final de su "Viaje por España". Pero en los suyos no todo ocurre en un jardín. No fueron los niños el destinatario primero de los cuentos, y pudo ver los cipreses como "signos de admiración". Sus cuentos son un espejo, donde lo mismo quedan reflejadas las penas de amor que el lado oscuro de la sociedad circundante. Podríamos añadir que sus cuentos destilan simpatía, esa "cosa extraña que no se puede comprar con dinero ni cambiarse por todo el calor del corazón, porque es un don que cae como el maná en el desierto". Viajó con Goethe, conoció a Dickens, fue invitado por Liszt y recibido por príncipes y reyes. En España saludó al duque de Rivas, y a Hartzenbusch, con quien pudo departir en alemán, aunque le dolió comprobar que desconocía sus cuentos.