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Si consideramos EL BUSCÓN como una postura literaria de largo alcance, el gesto creador de Quevedo nos resulta familiar: muestra la capacidad para reconocer, apreciar, imitar y destruir las novedades literarias. La reacción del sofista es previa a la reacción del intelectual: se reduce a risa y escarnio el peligro, por cualquier procedimiento ingenioso; no se alcanza a discutir o valorar el rasgo diferencial. El resultado es la obra grotesca labrada por el ingenio, y el avance del vacío interior, que alcanza límites «metafísicos» contra la historia y la ciencia. Ese desconcierto ideológico del humanismo tardío el del siglo XVII español está detrás de la aparatosidad verbal de Quevedo y probablemente de su desasosiego como escritor. Hacia ese polo atrae constantemente al lector de sus obras satíricas, invitándole a una risa amarga y destructora que coloque fuera de órbita personajes, escenas, diálogos, ideas.