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José Antonio Marina –reincidiendo en su condición de detective cultural– se enfrenta en este libro a un nuevo caso. Durante milenios, la humanidad ha desconfiado de la fuerza del deseo. La sociedad opulenta en que vivimos altera esa tradición. Tiene que estimular constantemente los deseos para sobrevivir. Antes, la economía estaba dirigida por la demanda. Producía lo que era necesario. Ahora se rige por la oferta: crea en el público la necesidad de lo producido. Padecemos así un ansia inacabable, porque siempre nos convencerán de que nos falta algo. Nuestro detective descubre que carecemos de una «teoría del deseo». ¿Qué es, de dónde procede, cuáles son sus determinismos, cómo se manipulan o se educan? A lo lejos resuena Spinoza: «La esencia del hombre es el deseo.» Éstas son palabras mayores. Todo se puede desear. Los placeres elevan arquitecturas arborescentes. Al fragmentarse sus deseos, también la esencia humana se fragmenta, y necesita una operación de bricolaje que la unifique. Al final, aparece un nuevo personaje: el espíritu.